Q.E.P.D Arte Trumpillista

Los años de Trump están (probablemente, sin contar el 2024) acabados. Liberales cosmopolitas están golpeando sartenes y cacerolas en las calles y los guerreros de la resistencia pueden dejar sus brochas a un lado para celebrar, seguros de que sus contribuciones estéticas llevaron a la ruina del Presidente de los Estados Unidos N°45. No lo hicieron. El arte político de los últimos cuatro años (¡incluso de los últimos cuatro meses!) era una reacción alérgica a Trump. Su inflamación no cambió ni corazones ni mentes, pero puede ser ahora mitigada por una larga dosis de Difenhidramina, administrada por un candidato incluso menos inspirado o a la altura de la tarea que su derrotado predecesor de 2016.   

En la mañana del ocho de noviembre de 2016, un raro pensamiento apareció en mi cabeza: Donald Trump va a ganar la elección.Era una sensación de que el candidato que había convocado genuino interés era el más probable ganador, y de que el mundo del arte—a pesar de toda nuestra cháchara sobre las personas, públicos y conocimientos—no tenía ni la más puñetera idea de en qué país estábamos viviendo. En mi aplicación Notes, apresuradamente tracé las primeras líneas de lo que se convertiría en “‘Political Art’: A Failed Project,” listo para la poco probable eventualidad de que los medios y los encuestadores estuvieran todos catastróficamente equivocados.

Supongo que le debo al Sr. Trump algo de gratitud. El texto no habría sido tan bueno, o recibido siquiera una fracción de la modesta atención que recibió, si hubiera sido meramente una queja sobre la liquidación del así-llamado arte político hacia los más básicos impulsos del neoliberalismo y un gentil recordatorio de que la victoria de Hillary no era representativa del bien derrotando al mal. A nadie le habría importado; no habría habido riesgos.  

Y, sin embargo, lo impensable pasó. Trump ganó, y por un breve momento, los liberales parecieron interesados en genuinamente preguntarse dónde se habían equivocado. Era posible preguntar por qué los artistas, alguna vez conocidos por su bohemianismo contracultural, se habían convertido en cuadrados – no más radicales que los impulsos más conservadores del partido Democrático. Escribí: Los más importantes artistas y productores culturales de nuestro tiempo se alinearon inequívocamente con Hillary Clinton, ello es, con el statu quo, con más de lo mismo. No debería ser una sorpresa que sus esfuerzos fallaron en influenciar la elección hacia los Demócratas. Se estaban hablando entre ellos y a sí mismo. No hicieron nada para afrontar las verdaderas condiciones que mermaban el sustento de tantos estadounidenses y propulsaron a Trump a la victoria.

Trump, por el otro lado, representaba una ruptura en un mundo insoportable, sin importa la forma exacta que esa ruptura adoptaba. Concluí:

No necesitamos un más arte “político”. Necesitamos mejor arte, arte que sea desafiante, crítico e incomodante, arte que provoque en vez de apacigüe. Necesitamos drenar el marasmo y reevaluar nuestro campo. Tenemos una decisión: ¿continuamos campeando una realidad política y social que nos ha fallado una y otra vez? ¿O vamos a atrever a imaginarnos algo, cualquier cosa, diferente?

El globo “Baby Trump” se ha convertido un símbolo de protesta desde 2017. iStock.

El globo “Baby Trump” se ha convertido un símbolo de protesta desde 2017. iStock.

 
Yan Pei-Ming, President-Elect Trump, 2017. Artnet.

Yan Pei-Ming, President-Elect Trump, 2017. Artnet.

Ese noviembre podría haber sido un momento de ajuste de cuentas para un mundo artístico empapado en garabateadas repeticiones de un radicalismo que ni siquiera era radical cuando debutó en los sesentas. Artistas y las varias capas de cognoscentique determinan quienes de ellos obtienen tiempo en el aire podrían haberse dado cuenta de que el vicioso agarre del anti-trumpismo, en el que cualquier impulso imaginativo o batacazo disidente es rápidamente esmerilado, no es un lugar para hacer arte. Ese no fue el caso.

He pasado las dos pasadas semanas cerniendo través unos vertiginosos cuatro años de arte “político” en la era de Trump. Es difícil desenmarañar sus variadas formas ya que artistas de alta gama han incursionado en la caricatura y los caricaturistas políticos se han elevado aparentemente al nivel de las bellas artes; puesto que aquello que alguna vez podría haber sido la parodia pornográfica se ha convertido en una incisiva performance. Objeciones seguramente serán alzadas pues algunos de mis referentes no son considerados propiamente bellas artes y sirven solamente en la construcción de un hombre de paja, pero a esos críticos les digo solamente que tal vez deberían pasar un poco menos de tiempo adjudicando lo que es y no es arte y preguntarse, ustedes mismos, cómo llegamos aquí donde tales pruebas son necesarias.

Tal como Grant Tyler recientemente reflexionó, la caricatura política, incluso en su más alto nivel, no reúne la energía que quisiéramos de las obras de arte:

Las caricaturas de Daumier, de donde todas las caricaturas emanan… son la expresión de una nueva experiencia de contemplar las imágenes. Son bocados de risa, la solitaria viñeta de un comic, y hay miles de ellas. Revelan el novel deseo insaciable por imágenes, tan característico de la modernidad, y presagian las novelas serializadas, fotografías, imágenes en movimiento, memes, etc. Algunas de sus caricaturas muestran resabios de regaños morales… pero ello aplica a los aristócratas, ciudadanos y obreros por igual. Y sin embargo estas imágenes, incluso sus contorsionadas ilustraciones de ricachones parisinos, no sirvieron para provocar un reconocimiento crítico de la realidad. No demandaron que nos confrontáramos al quehacer de la sociedad moderna, tan solo tironearon sus hilachas sueltas. 

Y, sin embargo, aquella distinción critica parece enteramente ausente del naciente, prolífico genero de arte anti-trumpista. El impulso de las caricaturas del actor Jim Carrey y la contribución de Alexandra Bell a la bienal Whitney de 2019 es esencialmente la misma: miren lo que hizo. 

La contribución de Bell a la bienal reproducia la cobertura en los periódicos de Nueva York sobre el caso del corredor de Central Park, culminando en una impresión de plana completa de un anuncio pagado por el entonces magnate de los bienes raíces Donald J. Trump llamando a “¡REINSTAURAR LA PENA DE MUERTE. TRAIGAN DE VUELTA NUESTRA POLICIA!” La inclusión del anuncio de Trump eclipsa los desafios y matices propuestos en las previas impresiones y toma la actitud “te pillamos po’ compadre” que se ha vuelto tan familiar en el naciente (y seguramente breve) movimiento de resistencia artística. El mal del hombre anaranjado es tan evidente que cualquier otra opinión parece absurda.

Mucho del arte político de la presidencia de Trump ya ha envejecido malamente. Russiagate probó ser un territorio [tan] fértil para las imágenes sobre Trump-Putin que resulta un poco embarazoso todo el asunto hoy, que el cuco de la colusión ha sido espantado. Otros artefactos son tan específicos a los varios dichos ofensivos del presidente que cualquier peso que pudieran tener se ha derretido en semanas, sino días.

 
Allison Jackson, Private, 2018. Artnet.

Allison Jackson, Private, 2018. Artnet.

 
Alexandra Bell’s work in the 2019 Whitney Biennial. Artnet.

Alexandra Bell’s work in the 2019 Whitney Biennial. Artnet.

Pocos proyectos han cristalizado tan perfectamente el arte anti-trumpista y, al mismo tiempo tan apáticamente dispensado todos los matices posibles, que la serie Drawing In A Time of Fear and Lies” de Hyperallergic, que otorgó a un número de artistas mediocres no sólo una plataforma sino que una ventaja moral que estimuló sus carreras desde enero de 2017 hasta que se apagó en mayo de 2019. (¿Acaso el tiempo de las mentiras y el miedo acabó? ¿Habían acaso todas las posibilidades por dibujar sido agotadas?) Aspiraba a ser algo diferente que cómics y arte de protesta, “una arena de metáfora, textura, reflexión, incluso ambigüedad, pero impulsada por la misma indignación moral que motiva nuestras propuestas en las calles”. Desafortunadamente, cualquier textura que pudiera hallarse fue desplazada por la indignación.

En un escrito que acompañaba una imagen de Trumpo como un – literal – caeza’e’pico, la artista y colaboradora habitual Judith Bernstein escribe

…Estoy HORRORIZADA. Nuevamente PIJA-MAN SE HA ERECTADO, amenazando nuestras libertades civiles, democracia y la mínima paz que las mujeres–minorías–inmigrantes–LGBTQ y otros han sentido durante la administración del presidente Obama. Trump ha sacado a relucir lo peor de nuestro país, y al hacerlo nos ha recordado a todos (especialmente a las mujeres)… ¡QUÉ DEBEMOS LUCHAR!

Por supuesto, esto era en 2017, un tiempo más simple cuando Trump era meramente un sexista predatorio, no un nazi literal. La fijación fálica es penetrante en el arte de la resistencia, apareciendo como un amenazante y viril espacio de deseo reprimido en muchos de los cómics de Bernstein y en humillante miniatura en una pintura de Illma Gore. Como el fascismo en las puertas que el género parece querer refrenar, es un temor que es también un deseo, una amenaza inmanente que es simultáneamente una nulidad patética.

El arte anti-trumpista comete el error de pensar que sus ademanes van a impactar directamente a Donald Trump (“quiero que estos dibujos pululen torno a Donald”, un artista escribe sobre sus dibujos dirigidos directamente a Donald) o incluso influenciar la opinión pública, pero también toman una posición, incluso si infantil, contra la complejidad del presente, al mimarse en una crisis de cuento de hadas perverso. 

El arte que poblaba esta sección de Hyperallergic irrita porque está tan seguro e insondeante de sí mismo en su justicia. Es tu moralizante #BlueNoMatterWho - #SipoApruebo amigo tras unos cuantos vasos de vino. Es la banalidad política jugando al radicalismo. Se enmascara a sí misma en el valor de la resistencia, como si hubiéramos pasado los últimos cuatro años en la Francia de la ocupación, como si cualquiera en aquella muy real resistencia hubiera muerto por una caricatura de Hitler. Son memes para aquellos demasiado decorosos para expresar sus visiones políticas en memes.

En la prisa – de noviembre, 2016 – para que los críticos se atornillaran las cabezas y publicaran sus interpretaciones de las elecciones (me siento orgullosa de decir que Caesura estuvo dramáticamente a la cabeza en aquel marcador, aunque en ese momento, pocos podrían haberlo sabido) Jerry Saltz entregó su predicción de que los años de Trump, con su inevitable sufrimiento, serian buenos para el arte. No le guardo rencor por decirlo. La mayor parte del mundo artístico estaba confundida, enojada y en franco shock. A veces necesitamos que nuestro más reconocido crítico nos recuerde que el arte encuentre una vía, y usualmente las peores circunstancias son las que dan paso al mejor arte.

Estaba en lo cierto sobre el sufrimiento, al menos en los últimos nueve meses, pero el gran arte no se ha materializado. Saltz, y cada artista que ha ocupado esta presidencia urgente, desesperada, sinceramente resistiendo, sufre de una desidentificación de la causa de su sufrimiento y la inocente conclusión de que todo está mal con el mundo, cada genuino dolor o desaire supuesto puede trazarse a una torpe caricatura cuyo éxito nunca debe tomarse en serio. 

La indignación que los artistas expresan cuando pintan retratos poco favorecedores de Trump o enrabiadamente atacan copias del New York Times no es moral. La indignación moral es un confuso, desesperado, grito en el rostro de una intolerable realidad. Es desesperanzador, quebrado y – a pesar de ello – combativo cuando ya no queda esperanza alguna. No, esto es el aristocrático disgusto ante la falta de modales de un comensal paracaidista. Es indignación de etiqueta, autoritativamente segura de sí misma y lista para, a la menor señal, pisotear toda y cualquiera mala conducta. El arte político de la era Trump no es más que las ilustraciones en un manual de Carreño, y debería sorprendernos que nadie del gran número de estadounidenses se pondrá del lado de quien quiera que se atreva a lanzarlo a las llamas.

Judith Bernstein, Schlongface, 2016 acrylic on paper. Hyperallergic.

Judith Bernstein, Schlongface, 2016 acrylic on paper. Hyperallergic.

 
Illma Gore, Make America Great Again, 2016. Hyperallergic.

Illma Gore, Make America Great Again, 2016. Hyperallergic.

Los últimos cuatro años han producido ninguna Guernica porque no hay un Franco. Los artistas de nuestra generación son tan incapaces que preferirían desear el fascismo que confrontar el verdadero desafío del presente. Están demasiado seguros de su autoridad moral para ver que no tienen ninguna. Incluso los artistas convocados para producir más formales, o al menos más amigables, campañas de incentivo al voto, lo hicieron con una presunción cínica, que guiña el ojo al mismo grupo de personas muy específicas cuyos votos intentaban reunir. Richard Serra, por toda la imaginación de su carrera de décadas, produjo un afiche con la trillada conclusión “Fake President”. Un ilustre grupo contribuyó con pegatinas personalizadas de “Yo voté” para un grupo de portadas del New York Magazine, en un esfuerzo por volver el muy poco apetecible voto por Joe Biden al menos estéticamente tragable.

Con Trump fuera de la oficina, espero que la bacanal de resistencia abra camino a un más sobrio amanecer y que el arte, con un merecido hachazo tras la resaca, tome nota de la admonición de Adorno de que “nada concerniente al arte es evidente ya más, ni su vida interior, ni su relación con el mundo, ni siquiera su derecho a existir”.

La embriaguez, no obstante, es bastante intoxicante. Predicciones ya abundan sobre que Trump se“parapetará en la oficina oval”, dando a la valiente resistencia una última batalla, una última ocasión para la caricatura, una última oportunidad para obras mediocres tan absolutamente seguras de su importancia histórica para el mundo. Trump podrá haberse marchado, pero así como su presidencia no engendro un manantial de arte de calidad, no podemos confiar en que su salida termine haciéndolo. Vivimos en tiempos inciertos. Este arte envalentonado no está a la altura de la tarea. //

New York Magazine cover, 2020.

New York Magazine cover, 2020.

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