Jack y las Habichuelas Mágicas

This text, written by Bret Schneider, was published originally in English here.

Este texto es un acompaña al ensayo “Fuck History?” publicado en Issue 0. 


Érase una vez un muchacho llamado Jack que pasaba los días trabajando con gran esfuerzo en una granja con su madre. El trabajo era tan miserable que Jack ideó un plan para transformarlo: incrementaría el valor de la leche exhibiéndola hábilmente, con la esperanza de intercambiarla por habichuelas mágicas en el mercado semanal. Cuando por fin, el día de mercado, se le acercó el mago de las prodigiosas habichuelas con una oferta de intercambio, Jack la aceptó a pesar de las consecuencias que este le advirtió: cada vez que visitara la tierra de los gigantes, abajo, en el mundo, las personas envejecerían rápidamente, mientras él, Jack, permanecería joven. Pero Jack estaba exultante y las plantó tan pronto como llegó a casa. Durante la noche, germinaron y, como una explosión, un vertiginoso tallo creció hasta hundirse en el cielo. Jack lo trepó y ascendió hasta atravesar una pequeña puerta entre las nubes. Encontró el tesoro de monedas de oro y las dejó caer por la puerta, y mientras descendía miró esa lluvia de oro centellear a la luz del sol en su caída. Al pie del tallo, agradecido, todo el pueblo se congregó para recibirlo. No se le escapó a Jack el hecho de que si bien sólo se había ido por una hora de su tiempo, dos días ya habían transcurrido en la tierra. Pero la aldea necesitaba más monedas, y él estaba más que contento de trepar de nuevo por el tallo de las habichuelas para recolectarlas.

Jack repitió esto con regularidad. Después de todo, era una forma de labor más conveniente para él que el penoso ejercicio de la labranza, dado que el aire fino de las alturas mejoraba su condición respiratoria. Pero un día Jack notó que su madre se encontraba ya bastante vieja, y que a pesar de todas las valiosas monedas, apenas podía cuidar de ella. Esto lo obligó a pensar en una forma más eficiente de hacer su visita a la tierra de los gigantes. Inventó un elevador para el tallo de las habichuelas que le llevaría más rápido al otro lado, y una vez arriba, en lugar de tomar el acostumbrado tesoro, fue directo al ganso que ponía los huevos de donde provenían las monedas doradas. Esto significaba menos viajes y una confiable fábrica oro para el pueblo. Pero la riqueza no volvió felices a los aldeanos, y Jack fue presionado a buscar más. Él sabía que otro viaje a la tierra de los gigantes, aún si fuera tan sólo por unos minutos, significaría la muerte de su madre mientras él estuviese ausente. Así que meditó sobre aquello que podría traer al pueblo que hiciese que valiera la pena hacer el sacrificio.

Mientras Jack se elevaba por encima de la multitud una última vez, sobre ese tallo que ya marchitaba, concentró su mente en el asalto final. Burlando a los gigantes, logró escapar con su posesión más preciada: un Arpa de Oro. Pero al regresar la comunidad estaba indignada. ¡Qué uso podrían darle a la música! protestaron. Pero Jack explicó que esta no era música ordinaria: el Arpa de Oro era un instrumento que abarcaba todas las canciones de todos los antepasados de todos los tiempos y, como un holograma, proyectaba las vidas de los vencidos en toda su expresiva melodía. Grandes banquetes podrían celebrarse, las reuniones de almas volverse habituales, se podría dar sentido a cada uno de sus agotadores trabajos. En vano intentó explicar a la comunidad que la historia entera de la humanidad, y de los dioses, podría ser por un instante reanimada y cantada, haciendo vibrar a las almas muertas sobre la brutal tierra. Hizo una demostración: tocó el arpa y una visión armoniosa de su madre fallecida apareció, entonando las canciones que le cantaba de bebé, una experiencia que él recordó por primera vez. Esto no les hizo ninguna gracia a los aldeanos.

George Cruikshank, Jack, climbing the Bean Stalk, 1854. Etching. The Victorian Web.

George Cruikshank, Jack, climbing the Bean Stalk, 1854. Etching. The Victorian Web.

Una noche mientras Jack dormía, los habitantes del pueblo, hambrientos de oro, formaron una turba y lograron persuadirse de que Jack era el dictador del pueblo, escondiendo el oro, al mismo tiempo que esperaban usar el Arpa de Oro en secreto, sólo una vez, para ver a sus seres queridos ya fallecidos. Nacieron individuos durante la marcha de la turba a la granja de Jack. Pero, cuando irrumpieron en su pequeño hogar, todo lo que hallaron fue el Arpa, la cual desmantelaron por el oro, rompieron en fragmentos y distribuyeron por igual a cada miembro de la comunidad. Luego prendieron fuego a la casa y Jack pereció. Los únicos restos de todo el evento fueron los disjecta membra del Arpa de Oro, fragmentos dispersos por la comunidad que nadie estaba interesado en reunir. En efecto, a medida que transcurrieron las generaciones, la comunidad ni siquiera era consciente de que el oro que intercambiaban fue alguna vez una mágica máquina de historia, y su memoria se deslizó en el aparentemente eterno drenaje del sufrimiento humano.

Pero la comunidad continuó creciendo y su riqueza lentamente volvió a consolidarse. Aquellos a cargo de la administración empezaron a tener sueños casuales de personas pasadas, porque eran los más cercanos a los fragmentos del Arpa y estaban crecientemente aislados del resto. Aún así no pudieron entender cuál era el significado de estos sueños. La comunidad creció y se expandió, y sus científicos expusieron irrefutables teorías acerca de su singular situación social y económica; surgieron artistas que pintaron en detalle infinitas formas de sufrimiento que nadie nunca había visto antes, y así sucesivamente. Los historiadores conjeturaron que alguna vez hubo algo como un Arpa de Oro que podía tocar la memoria de la especie con un detalle redentor. Al final se convirtieron en marginados, operando de manera clandestina y excitando interés en la remembranza del Arpa. A la larga surgió una secta llamada los Nuevos Jacks, quienes propusieron una teoría que proclamaba la posibilidad de la reconstrucción del Arpa. Las generaciones pasaron, los Nuevos Jacks se convirtieron en una escritura abstracta y, en última instancia, superstición, a medida que una edad oscura, punto silente en el decurso de la humanidad, consumía a los vivos y los desintegraba.

George Cruikshank, Jack gets the Golden Hen away from the Giant, 1854. Etching. The Victorian Web.

George Cruikshank, Jack gets the Golden Hen away from the Giant, 1854. Etching. The Victorian Web.

Pero una vez más los innumerables fragmentos de la riqueza previa se congelaron en un monumento centralizado, vulgar y orgulloso, un arte de pichón de la historia. La afluencia de nuevo estimuló sueños de tiempos pasados; y en los actos escénicos más absorbentes de los más palpables sueños, las huestes de los muertos estaban preparadas para liderar a la humanidad más allá del agotador trabajo sin sentido de la vigilia, si tan sólo sus visiones pudiesen ser compartidas. Y una vez más los monumentos fueron derribados por fanáticos y redistribuidos en fragmentos al rebaño. Esta vez fueron arrojados de una vez por todas a ríos que los arrastraron a los abismos de océanos donde se asentaron para ser lamidos por primitivos moradores abisales. Algunos fragmentos fueron introducidos de contrabando en casas privadas donde fueron transformados en el fetiche de altares sexuales, y así sucesivamente. Un descargo de responsabilidad bajo la forma de una cinta de seguridad fue ubicado en el precipicio del foso donde las piezas del Arpa alguna vez fueron hábilmente re-ensambladas en un monstruoso monumento que a duras penas se parecía al Arpa y que era ciertamente incapaz de cumplir con su propósito original.

Los milenios se sucedieron, comunidades entraron en guerra, formaron alianzas, y volvieron a disgregarse en un proceso ad infinitum. Con cada ciclo el mundo se volvía un poco más pequeño. El océano fue dragado por las élites, terribles poderes dictatoriales acumulaban personas a la par que materiales y artefactos, y luego de un largo periodo de tiempo, la riqueza se acumuló una vez más: un gran basurero de sufrimiento humano que promovía extrañas visiones en aquellos que podían apretar los ojos lo suficiente como para generar una imagen coherente de todo. Visiones de liberación volvieron a formarse, expresadas en las lenguas bárbaras propias de la época, y luego trágicamente filtradas a través de maliciosas interpretaciones por aquellos que no las habían experimentado.

Una vez más, las comunidades se unieron en una última turba para pulverizar esta consolidación. Pero no eran meramente vengativos y despiadados, sino también astutos, y encontraron una forma para romperla no de una manera directa sino indirecta: a través de la manipulación de la percepción. Usaron sus tarimas técnicamente sofisticadas para declarar falaces estas visiones, no habiéndolas visto jamás. Planearon campañas de desprestigio destinadas a desmantelar no los fragmentos acumulados del Arpa de Oro, sino la percepción alrededor de las visiones, las cuales fueron transformadas en tabú, y aquellos que las experimentaron pronto se vieron exiliados por las masas de cada comunidad. Públicamente, los gritos de guerra fueron un atento «¡a la mierda la historia!». Mientras que en privado, las personas secretamente anhelaban en lo profundo de sus vidas sórdidas hacer el amor con la historia, consumarla. Para enterrar este atisbo de sentimiento, se decidió que desde pequeños las personas habrían de ser adoctrinadas para administrar el imperio de tierra sobre el cual tropezaban. La percibida santidad de los deberes oficiales y de títulos de trabajo cortó fríamente de raíz cualquier sentimiento o plan que, como el de Jack, pudiera producir algo más allá de sí mismo. El mago intentó donar sus habichuelas a esta sociedad inconmovible, pero fueron rechazadas.

Dispersas en el viento, a veces pueden ser vistas creciendo entre las grietas, antes de ser cosechadas por los cazadores de habichuelas y vendidas en el mercado negro. Hay rumores que declaran que las extraen para sueros antienvejecimiento, aunque nadie puede verificarlo.

George Cruikshank, Jack and the Fairy Harp, escaping from the Giant, 1854. Etching. The Victorian Web.

George Cruikshank, Jack and the Fairy Harp, escaping from the Giant, 1854. Etching. The Victorian Web.

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